EL TENER FORTUNA, OBLIGA…

Tal fue la respuesta que dio Antonio Menchaca Careaga al juez instructor de Propaganda ilegal en el calabozo de las Salesas, que con un paternalismo impertinente le manifestó que no podía entender que un hombre de su posición económica pudiera andar metido en aquellos avatares políticos.

A Antonio Menchaca Careaga le detuvieron en mayo de 1957 al ser sorprendido buzoneando, en Correos, manifiestos clandestinos, de oposición al Régimen, dirigidos a Jefes y Oficiales de los tres Ejércitos. Esta aventura conspiratoria le supuso cuatro meses de prisión preventiva en Carabanchel. Antes ya había firmado el “Manifiesto de los 500”, oponiéndose a la Ley de Sucesión de Franco. Posteriormente pasó por el Tribunal de Orden Público, en 1968, por un artículo publicado en la revista Cuadernos para el Diálogo –“Teoría de la oposición”– a cuya gestación y nacimiento acudió solícito Antonio por su estrecha relación con Joaquín Ruiz Jiménez. En la sentencia se hacía constar: “Procede separar del Ejército al Teniente de Navío de la Escala de Complemento, como incitador de los disturbios y alborotos del 21 de mayo de 1968…”

Atrás quedaba una infancia feliz, una adolescencia que empezó a mirar al mar, como destino, y una juventud como Oficial de Armada, cuyo primer destino fue el Canaria. Y empezó a vislumbrar casos y cosas que no le parecían justos. Estudió Derecho en la Complutense y Humanidades en Oxford, y se puso a trabajar en los negocios de su padre. Era hijo único del opulento naviero y gran filántropo don Antonio Menchaca de la Bodega, que con toda justicia tiene calle en Las Arenas.

Muerto su progenitor, que ya había dado sobradas muestras de filantropía, Antón aguantó el tipo lidiando con los negocios heredados, hasta que vendió la Naviera, para sumergirse de lleno en su vocación literaria, de la que los autores de este libro, Álvaro Chapa y Susana Chávarri, dan cumplida referencia en las páginas que siguen, encabezadas por la peripecia vital del promotor de la Fundación, constituida en 1974, dotándola con la mitad del resto del tercio de libre disposición de su herencia.

Álvaro Chapa y Susana Chávarri, dos excelentes historiadores, han manejado admirablemente las fuentes directas e indirectas para componer una historia que atrae desde el primer momento, es decir, desde el instante en que se inicia la lectura; una historia que transcurre y se construye discreta y silenciosamente; que nos revela de qué manera la Fundación que Antón dedicó como homenaje a la figura de su padre, ha ido adaptándose a una sociedad que, desde 1974 en que se registró en Bilbao, ha ido cambiando vertiginosamente.

Justo y necesario homenaje a don Antonio Menchaca de la Bodega, que un día de 1928 tuvo la idea de construir en el alto de la Boronita, entre Lejona y Getxo, una mansión idílica, réplica de la que levantó Edmond Rostand, el de Cyrano, y padre de Maurice, enamorado de nuestra Raquel Meller, en Cambó-les-Bains (Pirineos Atlánticos).

Pero, con permiso de los autores de este libro, permítanme que vuelva a mi amigo Antón Menchaca. Le conocí en 1986, cuando publicó Las cenizas del esplendor, o sea las Memorias de Ana Eugenia Lombard. La mejor, con mucho, de toda su producción literaria. Un título maravilloso y un texto de gran belleza formal, evocador, tan próximo a nuestras vidas. Novela-río. Delicado mondo antico, señorial, elegante, decadente, en el que Menchaca rodeó a la marquesa de Avendaño de un espectacular cortejo de personajes. Difícilmente podrá encontrarse una creación literaria que concentre tantos aciertos, tantas sensibilidades, tanto dolor, para describirnos la irresistible ascensión a la cima, y la caída libre a una sima, cuyo punto de inflexión es 1977, cuando una banda de desalmados secuestró y asesinó, sin piedad, a Javier de Ybarra y Bergé, después de extorsionar a su familia. Neguri no volvería a ser lo que fue.

Antón me pidió que presentara el libro en Bilbao. Naturalmente, acepté. Los salones del Ercilla resultaron insuficientes para tanto público. Había expectación y morbo por descubrir la verdadera identidad de algunos personajes de la ficción, muy conocidos en la Villa. Pero todo se desarrolló en calma, con naturalidad; y las respiraciones que adivinábamos contenidas, expelieron el aire con tranquilidad. Hubo numerosos aplausos de la concurrencia, en la que incrustaban su palmito y donosura espléndidas mujeres, vestidas y enjoyadas por todo lo alto. Al día siguiente me llamó José María de Areilza, sumamente interesado por cómo se había desarrollado el acto. Le contesté que muy bien; que no hubo ningún escándalo. Tengo para mí que José María se quedó un poco decepcionado…

Al cabo de unos meses me llamó Antón para proponerme que escribiera el guion cinematográfico de su novela, pues se hablaba de llevarla al cine.

Viajé a Madrid para entrevistarme con quienes estaban interesados en hacer la película. Se trataba de Rafael Moreno de Alba –el brillante director de Los gozos y las sombras– y Carchin Icaza, que iba como productora de Berango Films. Llegamos a un acuerdo, inmediatamente. El compromiso se cerró cuando, al cabo de una semana, les mandé dos secuencias de un guion técnico, que les encantó. Escribí el guion durante los meses de julio y agosto de 1988, en mi despacho de la Universidad de Deusto, donde no me molestaba nadie, y en el Hotel Montepiedra de la alicantina Dehesa de Campoamor. Me lo pagaron francamente bien, lo que me inclinó a pensar que algo debió influir Antón…

El proyecto se fue al garete, pues tanto Antón como los productores lo hicieron depender de TVE y ETB, sin reparar en que a las dos televisiones les venía grande un proyecto, de alto presupuesto, “viscontiano”, con una posible Jacqueline Bisset haciendo de Ana Eugenia Lombard. Es una suposición.

A pesar del fracaso, mi amistad con Antón siguió incólume. Una noche de mayo, me invitó a cenar a su casa madrileña. Fue una cena sencilla, servida con etiqueta de gran protocolo. Presidía el salón un retrato de su antepasado Juan Francisco de la Bodega y Quadra, un limeño criollo con su deslumbrante uniforme de Oficial de la Marina Española. Antón mirando el retrato me aseguró:

—Este sí que es un personaje de película.

Le contesté de inmediato:

—Déjame de películas, Antón, y explícame quién era ese señor.

La verdad sea dicha es que aquel marino antepasado de Menchaca tenía sustancia cinematográfica para exportar.

Un par de años más tarde, Antón me hizo llegar La rosa de los vientos, novela en la que contaba la peripecia vital de su antepasado, que exploró la costa norte de California, y por el Pacífico adelante, Victoria y Vancouver, de la Columbia Británica, en Canadá, embarcado en la goleta Sonora.

Cada vez que veo Los pájaros, de Hitchcock, ambientada en Bahía Bodega, me acuerdo del antepasado de Antón.

De Antón Menchaca recordaré siempre su bondad, su caballerosidad, su apariencia británica, a lo David Niven. Era un liberal de una pieza, que hablaba pausadamente, y en tono confidencial.

Fue amigo de Enrique Tierno, Joaquín Satrústegui, Joaquín Ruiz Jiménez, pero sobre todos de Dionisio Ridruejo, con quien participó en la fundación de “Acción Democrática”.

Presidió el “Nuevo Ateneo” de Bilbao, y la Sociedad El Sitio; fue miembro de la Sociedad Bascongada de Amigos del País; formó parte del primer consejo de administración del diario El País.

Alfonso Saiz Valdivieso De las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando Y Ciencias Morales y Políticas

✦✦✦

Álvaro Chapa y Susana Chávarri se han metido de lleno en el interior de Antón Menchaca Careaga y de la Fundación que lleva el nombre de su padre, dándonos a conocer sus fines y objetivos, sorteando sabiamente la aridez de cifras y números para presentarnos la magnífica tarea benéfica a favor de ancianos y de jóvenes, en peligro de exclusión; de emigrantes y drogadictos. En una palabra, la marginalidad.

Una Fundación que, desde su constitución hasta nuestros días, ha destinado a sus fines más de 3.500.000 euros, financiando más de 500 proyectos dirigidos a colectivos vulnerables. La denominación “Vidas anónimas ejemplares” ve gratificada su dedicación al prójimo con un reconocimiento que se desarrolla entre la justicia, la caridad y la filantropía…

La frase que encabeza este prólogo –El tener fortuna, obliga– cobra sentido en esta Fundación. Y los autores de este libro me han hecho el regalo de rememorar a su fundador.

Seguir leyendo…